Empecé a fumar cuando tenía alrededor de 9 o 10 años. Comencé por presión social. Creo que mi hermano vino con un amigo y estaban fumando. Me dieron un cigarrillo y yo simplemente le di una calada. Y eso fue todo: ya estaba enganchado. También recuerdo que cuando tenía que tratar algún problema con mi madre, esperaba el momento en que encendiese un cigarrillo para hacerlo, porque estaba más relajada. El tabaco se anunciaba mucho por todas partes: en la televisión, en el cine, en la radio, etc. Y lo vendían como algo muy de moda. Fumar tenía buena imagen, te hacía sentir mayor y era barato. Psicológicamente te sentías como un adulto. Aquello formaba parte de la sociedad en aquellos días.
Al principio no veía que fumar fuese un problema y no pensaba en dejarlo. Siempre me decía a mi mismo: “lo dejaré antes de que me ocurra algo”. Creo que empecé a intentar dejarlo a los veintitantos. No lo conseguí. El tiempo máximo que aguanté fueron dos o tres días.
Luego probé a utilizar diferentes productos para dejar de fumar. Creo que lo primero que apareció en el mercado fueron los chicles de nicotina, no me funcionaron. También utilice métodos de autoayuda, no funcionó. Los primeros comprimidos que sacaron, que llamaban comprimidos milagrosos, fueron los Zyban, tampoco sirvieron de nada. Luego probé el Champix y no funcionó. He utilizado todas y cada una de las opciones que había para dejar de fumar.Quien no es consciente de su pasado está condenado a repetirlo”.
Por aquel entonces la gente podía fumar en los bares, en el autobús, en los trenes; pienso que dejar de fumar era algo muy difícil de conseguir para cualquier persona, porque estaba donde quiera que fueses. Si ibas al cine, podías sentarte a fumar. Solía haber ceniceros en los respaldos de los asientos.
Después empecé a ver qué clase de fumador era. No fumaba por el placer de hacerlo, fumaba por la nicotina. Era una adicción y, además bastante mala. Mi tabaquismo empeoró con el paso del tiempo. Fumaba más de 20 cigarrillos al día.
Luego mi vida cambió radicalmente. Me diagnosticaron un tumor avanzado de cuerdas vocales que me dejó sin voz y con un agujero en la garganta para siempre. Desde ese día, el 1 de julio de 2009, nunca me he fumado otro cigarrillo.
El daño ya está hecho, eso lo sé. Sabía que no era una persona de poca voluntad. Yo dominaba casi todos los demás aspectos de mi vida, pero los cigarrillos me dominaban a mí. Pero llevo más de cuatro años sin fumarme un cigarrillo. Y estoy muy orgulloso de ello. No se me carga el pecho tanto como antes. No me da la tos, ni me falta el aliento.
Ahora recuerdo mis tiempos como fumador con un profundo arrepentimiento, por muchas razones distintas. Sobre todo por salud. En segundo lugar, por razones económicas: tal vez sería un hombre más rico; tal vez podría haber comprado mi casa varias veces.
La mayor lección que he aprendido es esta: pagas para matarte a ti mismo. ¿No es increíble? Porque fumar mata. Yo solía despertarme en mitad de la noche para fumar. Pero no me despertaba por el cigarrillo, me despertaba por la nicotina.
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