Tabla de contenido:
- “El control del tabaquismo costará empleos”
- “Los gobiernos perderán ingresos si aumentan los impuestos”
- “Los impuestos del tabaco cubren los costes de uso”
- “El estado ahorra dinero en pensiones”
- “Más impuestos aumentaran el contrabando”
- “El cultivo de tabaco es una fuente de riqueza para muchas regiones del mundo”
- “El estado se lucra con el tabaco”
- “Subir los impuestos repercute en el Índice de Precios al Consumo”
- “Los altos impuestos a los cigarrillos perjudican a los pobres”
- “Los eventos artísticos y deportivos desaparecerán sin el apoyo de la industria tabacalera”
- “Los ambientes libres de humo perjudicarán la hostelería”
- “El control del tabaco atenta contra la soberanía del consumidor”
“El control del tabaquismo costará empleos”
En su intento por evitar una reglamentación razonable, la industria del tabaco ha exagerado los empleos que genera y los beneficios comerciales en los países productores, a la vez que alertaba de las supuestas pérdidas masivas de puestos de trabajo si los gobiernos tomaban medidas para proteger la salud pública. Según el Banco Mundial, estos argumentos se basan en maximizar el impacto del control del tabaco y omitir los negativos efectos sociales y sanitarios de esta actividad.
De hecho, los empleos que están desapareciendo como resultado de los cambios tecnológicos en la industria tabacalera son mucho más elevados que los que se perderían por unas políticas eficaces de prevención del tabaquismo. En 1999, tras la adquisición de la tabacalera Rothman por British American Tobacco (BAT), cerraron las fábricas de España, Australia, Malasia, Nicaragua, Papua Nueva Guinea, Singapur, Sudáfrica, Surinam, Suiza y el Reino Unido, con la consiguiente destrucción de puestos de trabajo. La última reestructuración de la empresa hispano-francesa Altadis supuso la pérdida de casi 900 empleos, buena parte de ellos en la factoría de Cádiz, ya castigada por la crisis industrial. La adquisición de Altadis por Imperial Tobacco ha supuesto en 2008 la desaparición de 830 puesto de trabajo con lo que se cierra la factoría de Alicante, Cádiz y Palazuelo (Cáceres)(140).
Los cálculos del Banco Mundial mantienen que la puesta en marcha de políticas integrales contra el tabaquismo tendría muy poca o ninguna repercusión en el empleo total de la mayoría de países(141), puesto que el gasto en cigarrillos y artículos relacionados pasaría a otros productos y servicios. Expertos de ese Banco calcularon que en el Reino Unido el empleo aumentaría en un 0,5% si desapareciera el negocio del tabaco, mientras que en EE.UU. el impacto sería neutro: ni aumentaría ni se reduciría. El motivo es simple: cuando la gente deja de fumar, el dinero que anteriormente dedicaba a comprar cigarrillos va a otros bienes y servicios, de modo que se genera demanda y la creación de otros nuevos empleos y, en consecuencia, ingresos por impuestos e inversiones publicitarias alternativas. De cualquier modo, se debe hacer énfasis en que una caída de la demanda mundial ocurrirá de manera lenta, durante varias generaciones.
“Los gobiernos perderán ingresos si aumentan los impuestos”
Este es otro argumento mas de las empresas tabacaleras para generar confusión en la opinión pública; Los economistas afirman: “Por término medio y, en un país desarrollado, una elevación modesta del precio del tabaco, digamos que del 10%, incrementaría los ingresos por impuestos en un 7% mientras reduciría el consumo en un 4%”.
Como demuestra el caso del Reino Unido: los ingresos por impuestos han ido aumentando entre 1970 y 2000 pese a los sucesivos aumentos de precio (un paquete de cigarrillos cuesta unos 7 euros). Pero el consumo de tabaco también bajó, de 138.000 millones de unidades (1970) a 80.000 millones (2000). Aumentar los impuestos causó un impacto sanitario favorable y no repercutió en las arcas del Estado, que siguió engrosando la recaudación durante ese tiempo. Por cada incremento del 1% en los impuestos del tabaco en el Reino Unido, los ingresos estatales se incrementaron entre un 0,6 y un 0,9%.
A corto plazo, el Estado y la sociedad en su conjunto salen ganando. ¿Qué ocurriría a largo plazo? Al final, los ingresos del Estado caerían pese a la subida de impuestos, debido a la cada vez más pronunciada reducción del consumo. Pero ese proceso duraría años y para entonces ya se habría reducido el gasto sanitario en un porcentaje significativo, de forma que podría compensarse la pérdida de ingresos.
“Los impuestos del tabaco cubren los costes de uso”
Esta afirmación no se corresponde con la realidad en los países desarrollados. Los ingresos del tabaco, aunque cuantiosos, no cubren el total del gasto socio sanitario que ocasiona(142).
Los economistas han calculado que, en Estados Unidos, el precio de la cajetilla de cigarrillos debería ser de 20 dólares para cubrirlo. En España, al menos el doble de lo que cuesta. Y es que el gasto sanitario relacionado con el tabaco supone del 6 al 15% del global, según el Banco Mundial. En general, las personas que fuman generan un 25% más de gasto sanitario. No es casualidad que los fumadores tengan un promedio de días de bajas por enfermedad de 6,16 por año frente al 3,86 de los fumadores, o sea, dos días menos al año. Y eso tiene sin duda impactos económicos negativos(143).
“El estado ahorra dinero en pensiones”
Este aberrante razonamiento puede encontrarse en los propios informes de la industria, en concreto en uno del comisionado por Phillip Morris para la República Checa enviado al gobierno de este país en 2001:
“Reflejando 5,23 años de esperanza de vida perdidos por el promedio de fumadores, efectos positivo indirectos que hacen que las finanzas públicas se beneficien indirectamente del consumo de tabaco, por la vía de ahorrar costos sanitarios (en pensiones) y ahorros en costos de albergue públicos (residencias de ancianos)”.
Esta es la fría visión de la industria tabacalera, que reconoce, primero, que el cigarrillo acorta sustancialmente la vida de sus clientes y, segundo, intenta convencer a los gobiernos de que dándoles facilidades para su negocio no incrementan su gasto sanitario sino que lo reducen. Pero la enfermedad y la muerte prematuras, además de sus implicaciones económicas para el Estado del bienestar, causan también dolor y sufrimiento. Los argumentos económicos pro-tabaco pueden llegar a ser simplemente monstruosos.
“Más impuestos aumentaran el contrabando”
El aumento del precio es una medida necesaria para controlar la epidemia, como subrayan las recomendaciones de la OMS. Para impedirlo, la industria tabacalera esgrime que unos impuestos más elevados incrementarían el contrabando desde los países con menor carga fiscal hacia los que tributan más; en consecuencia, se mantendría alto el nivel de consumo de cigarrillos pero se reducirían los ingresos gubernamentales. Aunque el contrabando es un problema grave, el informe del Banco Mundial concluye que como el aumento de los impuestos contribuye a la disminución del consumo del tabaco a la par que se suben los ingresos del Estado, la respuesta más apropiada es tratar con firmeza la actividad criminal en lugar de renunciar a una mayor presión tributaria.
Un informe de la OMS de 2000 enumera las principales causas del contrabando:
“El precio sólo es uno de los muchos factores que influye en las tasas de contrabando. Mucho más importante es el papel de las propias tabacaleras en facilitar el contrabando; la ausencia de apropiados controles sobre los productos de tabaco a nivel del comercio internacional; y la existencia de intrincadas redes internacionales de contrabando, junto a distribución no autorizada, débiles leyes anticontrabando, debilidad y corrupción a nivel oficial”.
Se estima que del total de cigarrillos que se venden en el mundo, entre el 10 y el 11 por ciento proviene del contrabando, lo que supone 600.000 millones de unidades por año. El tráfico de tabaco rebaja el costo de los cigarrillos gracias a la evasión de impuestos y genera un aumento del consumo, principalmente entre los jóvenes. Asimismo, a través del contrabando, las grandes marcas de cigarrillos logran ingresar a mercados en los que aún no tienen presencia. En América latina el tabaco de contrabando supone del 15 al 20 por ciento de las ventas. Por otro lado en países como Nigeria entre el 10 y 16 por ciento de cigarrillos que se consumen entran por vías ilegales, lo que priva al gobierno del 26 por ciento de ingresos que le corresponderían por impuestos. Estas diferencias de precios conllevan la pérdida de ingresos fiscales por parte de los países, más consumo de tabaco entre los jóvenes, y mayor dificultad para dejar de fumar entre los adultos de menor nivel socioeconómico que, en lugar de dejar de fumar, se pasan a marcas de contrabando más baratas. El temor de los gobiernos a perder ingresos no tiene base real, ya que el Reino Unido recauda más impuestos del tabaco per cápita que España a pesar de soportar una tasa mucho mayor de contrabando.
“El cultivo de tabaco es una fuente de riqueza para muchas regiones del mundo”
La industria tabacalera ha exagerado sistemáticamente los beneficios económicos de la producción de tabaco. De los más de 100 países productores, sólo dos (Zimbabwe y Malawi) dependen significativamente del tabaco sin elaborar para conseguir ingresos de la exportación. Únicamente 17 de 125 países productores y exportadores logran más del 1% de sus ingresos totales por esa vía. La fabricación es una pequeña fuente de empleo dentro de la industria tabacalera ya que está muy mecanizada.
Más que contribuir a la riqueza de los pueblos, el cultivo de tabaco contribuye a la pobreza al dañar el medio ambiente del que depende la gente de los países pobres para su sustento. El cultivo y el secado pueden causar graves daños a la salud. En muchos países en vías de desarrollo, se quema leña para secar las hojas de la planta y para construir graneros de secado. Se calcula que se talan cada año 200.00 hectáreas de bosques y selvas para el cultivo. Hay estudios que han calculado que en el sur de África desaparecen cada año más de 1.400 kilómetros cuadrados de bosque autóctono, que se cortan para suministrar combustible para el secado de tabaco lo que representa el 12% de la deforestación global de la región. Esta cifra no incluye otros usos de la madera para la industria, como la empleada para construir almacenes o como leña los trabajadores que viven en plantaciones y sus familias. Un trabajo de 1999 calculó que la cantidad de bosque y selva que desaparece anualmente por el secado de tabaco causa el 5% de la deforestación en países en vías de desarrollo.
Si en el futuro hay un descenso en el consumo, es evidente que se reduciría el número de empleos relacionados con el cultivo del tabaco pero en el transcurso de años y no de la noche a la mañana. En consecuencia, los gobiernos tendrán tiempo suficiente para planificar una transición gradual y metódica. Para los pocos países más dependientes de estos cultivos, la caída de la demanda mundial a largo plazo llevará a la destrucción de empleos, pero la comunidad internacional debería poder abordar ese problema para evitar sus efectos sociales.
“El estado se lucra con el tabaco”
Es el mito de la “doble moral”. Se afirma que el Estado quiere reducir el consumo y la venta de tabaco pero por otra parte se beneficia de ello, por lo que realmente no está implicado en la lucha contra el tabaco. Los que hablan de la doble moral plantean en el fondo que no merece la pena movilizarse contra los efectos perniciosos del cigarrillo porque al fin y al cabo todos salimos ganando en este negocio a través de los ingresos del Estado. Pero el problema es que nadie sale ganando, ni siquiera las cuentas públicas.
Aun contando que más del 70% del precio de una cajetilla de tabaco son impuestos, un Gobierno que haga bien los números se dará cuenta de que tiene que poner mucho dinero para compensar los costes del tabaco (por ejemplo en gastos sanitarios) ¿Se lucra el estado con el tabaco? Más bien hace un mal negocio por lo que debería subir los impuestos del tabaco para “hacer las paces”.
“Subir los impuestos repercute en el Índice de Precios al Consumo”
Aumentar los impuestos del tabaco aumenta el Índice de Precios al Consumo o IPC, sí, pero moderadamente. En España lo aumentaría aproximadamente en 0,02% por cada 10% de incremento del precio final(144). Y es que hoy el tabaco contribuye en un 1,3% a la economía nacional, mientras en el siglo XIX llegó a significar un 30%.
España tiene junto con Grecia, Luxemburgo y los países del Este el tabaco más barato de Europa en función de la paridad de poder adquisitivo. Aunque hay excepciones, como la de Portugal, con cajetillas baratas y menor índice de fumadores, para que España se homologara a los países europeos el precio del tabaco debería subir, al menos en un 36% de forma lineal en todos los productos aunque eso no sería suficiente para compensar el impacto social y sanitario para lo cual debería subir un 200%.
No parece que tenga mucho sentido que un producto tan nocivo, y que consumen uno de cada cuatro ciudadanos compute como el pan y la leche para calcular un indicador que afecta de forma importante a todos los ciudadanos (salario, pensiones y precios de muchos servicios se actualizan según el IPC).
“Los altos impuestos a los cigarrillos perjudican a los pobres”
La solución a las diferencias no es mantener bajos los impuestos, sino dar facilidades para dejar el tabaco. Menos precio aumentaría el consumo y el gasto sanitario de los fumadores con lo que se impondrían más costes económicos a la comunidad. ¿Qué tendría de progresivo reducir los ingresos del estado mientras se incrementa el gasto sanitario?
Ciertamente las personas de menos recursos pagan una proporción mayor de sus ingresos por el tabaco que quienes tienen más dinero. Justamente por eso, un porcentaje de ellos reaccionan dejando de fumar, lo que contribuye a reducir las desigualdades sanitarias. Es injusto, pero es una realidad, que las personas con más dinero tienen también mayor facilidad para recurrir y costearse tratamientos allí donde no se financian (lo que multiplica por diez la posibilidad de ganar la batalla a la nicotina) y también disponen de más información sobre prevención antitabáquica.
Por el otro lado los beneficios de las tres multinacionales del tabaco más grandes del mundo (Philip Morris/Altria, British American Tobacco y Japan Tobacco) ascendieron en 2002 a un total de 121.000 millones de dólares. Esto es más que la suma del PIB de los siguientes 27 países: Albania, Bahrein, Belice, Bolivia, Bostwana, Camboya, Camerún, Estonia, Georgia, Ghana, Honduras, Jamaica, Jordania, Macedonia, Malawi, Malta, Moldavia, Mongolia, Namibia, Nepal, Paraguay, Senegal, Tayikistan, Togo, Uganda, Zambia y Zimbabwe(145).
Los datos señalan que el consumo de tabaco tiende a ser más elevado entre los más desfavorecidos económicamente. Diversos factores, como unas débiles políticas públicas unidos a la falta de acceso a la información sobre cómo llevar una vida más saludable (para poder escogerla o no escogerla), la atractiva publicidad dirigida al público general y, por último, la adicción a la nicotina, contribuyen a hacer que los sectores de población más desfavorecidos se encuentren entre quienes más gastan en tabaco. Queda claro que lo que afecta a la salud y la economía de los pobres no son los impuestos del tabaco ni el precio del mismo sino el hecho de consumirlo.
“Los eventos artísticos y deportivos desaparecerán sin el apoyo de la industria tabacalera”
En muchos lugares se ha prohibido el patrocinio que corría a cargo de la industria del tabaco, pero a pesar de las predicciones pesimistas, la mayoría de los eventos ha encontrado patrocinadores alternativos. En otros casos, se han usado las ganancias generadas por los impuestos sobre el tabaco para financiarlos. De esta forma, la gente estará expuesta a mensajes de salud en vez de a productos no saludables en los actos deportivos o musicales.
Algunos países como Italia, Chequia, Hungría y temporalmente España, han intentando incumplir la directiva europea de publicidad que entró en vigor en junio de 2005 recurriendo a “mitos” económicos, como la viabilidad de ciertas competiciones.
Afortunadamente la Directiva Europea de Publicidad ha logrado imponerse y la mayoría de Gran Prix del deporte del motor, en Europa no tienen anuncios de tabaco desde 2007, año en el que se han mantenido todos los Gran Prix europeos de Fórmula uno y de motociclismo, lo que demuestra que la ausencia del patrocinio tabáquico no ha impedido que se celebren. Seguramente porque otros anunciantes o patrocinadores privados o públicos han ocupado el nicho dejado por las tabacaleras.
“Los ambientes libres de humo perjudicarán la hostelería”
No tiene por qué ser así. No sólo es una falsedad sino que hay casos claramente contrarios. En algunos países, han aprovechado para dar una imagen renovada a los clientes de hostelería. Además los ambientes libres de humo ayudan a dejar el hábito. El efecto de la prohibición en bares y restaurantes ha sido estudiado en cientos de comunidades (países, regiones, municipios…). La conclusión de toda la experiencia sobre el impacto económico de las leyes de espacios sin humo en la hostelería es que no hay pérdidas globales, sino más bien un ligero repunte de los beneficios. Es cierto que hay estudios con conclusiones negativas: en buena parte están financiados y vinculados a la industria tabacalera o se basan en predicciones de los propietarios más que en los datos objetivos de ventas(146). Los registros muestran que las ventas aumentan o se mantienen igual en los bares y restaurantes libres de humo, en comparación con aquellos lugares donde todavía se permite fumar.
Es lógico y comprensible que los empresarios tengan temor a los cambios. Pero las supuestas pérdidas en el sector de la hostelería son, en buena medida, un fantasma agitado por el sector tabacalero para evitar, retrasar o hacer fracasar las regulaciones de espacios sin humo en un sector de gran visibilidad social y que tiene un efecto determinante en la aceptabilidad social del fumar. Los espacios sin humo en la hostelería, según estudios solventes, no tienen por qué conllevar pérdidas económicas al sector, eso sí, a condición de que las leyes sean iguales para todos.
“El control del tabaco atenta contra la soberanía del consumidor”
Es el gran argumento de algunos economistas con visión parcial del problema. El profesor de economía y expertos en economía de la salud, Ángel López y sus colaboradores, han revisado recientemente esta cuestión(147). Resulta que cuando el acto de consumir un producto genera efectos negativos que repercuten no sólo en el usuario sino en otros miembros de la sociedad, y éstos no son compensados, el coste social del producto puede ser muy superior al “beneficio privado”. En estas circunstancias tenderá a producirse un exceso de consumo del producto desde el punto de vista social y sanitario. Este exceso de consumo tiene carácter epidémico por la enorme carga de enfermedad, muerte prematura y sufrimiento innecesario que ocasiona.
Un análisis más detallado de las encuestas a fumadores españoles muestra que entre el 28,5% de fumadores en activo, cerca de tres cuartas partes (71,4%) desean dejar de fumar y algo menos de la mitad (46%) han realizado al menos un intento serio sin conseguirlo, siendo indicativo de que menos del 1% de los que han vuelto a fumar declaren haberlo hecho porque el tabaco les gusta. De hecho, la causa fundamental parece residir en el deseo de “aliviar los nervios”. Ante este tipo de evidencia, corroborada en multitud de estudios para distintas poblaciones y periodos temporales, no es descartable que, en la mayoría de casos, la soberanía del consumidor, esté ausente. En realidad muchos fumadores apoyan los espacios sin humo y el incremento de impuestos para ayudarles a vencer su adicción y recuperar el control de su vida y su bolsillo. En realidad desean que alguien “les ponga las cosas difíciles” para seguir fumando o, si se prefiere, se cree un entorno social y económico que les ayude a dejar de fumar y a mantenerse sin recaer.